La guerra no es un juego
De niños aprendimos a jugar a los vaqueros y en la escuela nos enseñaban, para cantar en coro, el Mambrú se va a la guerra o soy pirata y navego en los mares. Después nos insinuaron que nos enroláramos en los Boys Scout con la consigna de siempre listos y más adelante nos ofrecían discursos sobre la importancia del servicio militar porque así aprenderíamos a ser mejores hombres. En medio de todo, al fondo, tuvimos una ruidosa atmósfera de violencia en donde campeaba el terror y el miedo a que nuestros padres perdieran la vida. Todo eso pasó a mi generación que hoy va ajustando o sobrepasando el medio siglo y nos creíamos depositarios de una situación excepcional. Sin embargo, para hoy, las cosas son peores. No sólo los niños son parte del conflicto por lo que toca a sus zonas, sino que forman parte de los frentes de la guerrilla o son víctimas permanentes de secuestro. A más de hambre y el abandono de muchos, de la orfandad en otros, de la falta de atención en salud, de la carencia de oportunidades para ir a estudiar, de los abusos sexuales, de la violencia intrafamiliar, los niños sufren otras guerras. Si bien es cierto que hoy existen los bebés probeta, se realizan clonaciones clandestinas y en sitios desarrollados se consiguen niñeras virtuales para evitar que ingresen a lugares prohibidos del internet y sean víctimas de páginas pornográficas o de conversaciones inadecuadas, la gran mayoría sobrevive en los lodazales del subdesarrollo y la marginalidad. Si como plantean los reinsertados en un programa que predica cómo la guerra no es un juego de niños, Qué ejemplo del medio ambiente si los hechos mundiales y nacionales no son más que eso?. Mientras el terror sea un juego de grandes para imponer su orgullo, sus principios o sus finales, las víctimas serán ellos y los que sobrevivan, no tendrán otra herencia que el ojo por ojo hasta quedarse ciegos.
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